Como cualquier proyecto de naturaleza autoritaria en América Latina, la continuidad del nacionalismo depende de una candidatura viable. Si bien el personalismo es una característica de nuestro sistema político es evidente que en el caso del gobierno actual es una condición de vida o muerte. Por ejemplo, el fujimorismo y el aprismo podrían tentar la sobrevivencia sin Alan García y Keiko Fujimori, pero en el humalismo eso es imposible. Todo empieza y termina en la pareja presidencial.
Luego de que se inviabilizara la candidatura de Nadine Heredia por falta de respaldo popular y después de la investigación por lavado de activos contra ella, en Palacio se ha comenzado a buscar con frenesí un candidato más allá del matrimonio Humala. Ni bien se produjo el recambio ministerial, a muchos observadores les quedó claro que en el partidor oficialista quedaban Ana Jara como Jefa del Gabinete y Daniel Urresti, quien, no obstante haber sido relevado del Ministerio del Interior, prepara un ensayo general para convertirse en el ansiado outsider que surgiría desde el llano contra los partidos tradicionales. Tremenda audacia querer lanzar desde Palacio a un candidato anti establishment.
La viabilidad de una candidatura de Ana Jara en el nacionalismo, paradójicamente, depende de que la polarización entre el gobierno y la oposición amaine y se instale un clima de convivencia parecido al que existe en las democracias de relativa salud. La señora Jara, con sus buenas maneras y sus constantes invocaciones al diálogo, se ha convertido, por decir lo menos, en el rostro más “civilizado” de la actual administración. Un escenario favorable para la candidatura de la jefa del Gabinete, podría ser identificado con uno positivo para la gobernabilidad, el desarrollo institucional y la lucha contra la desaceleración económica. De una u otra manera, las funciones del gobierno no tendrían que estrellarse con las estrategias de los candidatos hacia el 2016.
Muy por el contrario, la candidatura de Daniel Urresti prosperaría en un escenario de guerra total entre el gobierno y la oposición, en el que se mezclarían la gobernabilidad con las estrategias electorales. De ahí que la postulación de Urresti desde el oficialismo no tenga nada que lo vincule con la democracia. Es decir, sería la una candidatura que expresaría las pulsiones más autoritarias de la sociedad.
En el gobierno, ¿se apuesta conscientemente a esta especie de bipolaridad entre Jara y Urresti? Puede ser. Es innegable que, en Palacio, hay desesperación por el futuro. Luego de haberse alejado del espacio radical que llevó al nacionalismo a la primera vuelta del 2011 y después de haber asumido la institucionalidad democrática y la economía del mercado porque la mayoría nacional hizo escuchar su voz, el oficialismo y la mal llamada pareja presidencial están en una búsqueda incesante de ubicación y alternativas. De ahí esa apuesta a mezclar el agua y el aceite.
A estas alturas el nacionalismo aparece con un futuro sombrío. El gobierno de Ollanta Humala se ha convertido en la peor administración de la democracia post fujimorista. Ha logrado lo que parecía remoto: desacelerar la economía de la estrella de América Latina. Y encima es un gobierno con interrogantes gigantescas sobre el mañana, porque parece jugar con la democracia y el autoritarismo hasta el último minuto en el poder.
Por Víctor Andrés Ponce
Elmontonero.pe
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